Adiccion a personas (codependencia)

 
A veces amar demasiado se convierte en una enfermedad...


Una relación es adictiva cuando nos produce daño, perjudica nuestra salud física y emocional y, sin embargo, no podemos liberarnos de ella.
Así como el adicto a una sustancia, necesita y tolera cada vez más cantidad de sustancia tóxica para poder funcionar, las personas "adictas al amor" soportan increíbles cantidades de sufrimiento en las relaciones que establecen.
Comienza a confundirse al amor con algo que podría categorizarse como "obsesión". Puede estar dirigida a alguien en particular, a una serie de hombres o mujeres, o a la búsqueda de una pareja (en caso de estar fuera de una relación).
Estas personas se sienten atraídas hacia individuos inadecuados para formar una pareja "sana"; por ejemplo elegirán (porque se trata de una elección) a seres incapaces de comprometerse afectivamente. Es decir, sujetos que por un motivo u otro son emocionalmente inaccesibles. Estas personas interpretarán todos estos rasgos como señales de que ese sujeto está necesitado e intentará ayudarlo, salvarlo, curarlo o cambiarlo con el poder de su amor.
En esto radica el punto de partida y la posterior dinámica insana de la relación. Dinámica que se caracteriza por la dependencia mutua (adicción).

Hay en estas relaciones dramatismo, caos, excitación, sufrimiento, algunas veces un alto voltaje de erotismo y sexualidad.
Las peculiaridades de las personas co-dependientes son:
* Realizan todo tipo de sacrificios personales, postergándose a sí mismos y a sus propios intereses vitales con tal de "ayudar" al individuo del cual depende.
* Cuanto más problemática, difícil e imposible sea el lazo con una persona, mayor es la atracción que sienten hacia ella.
* Destacan lo bueno y ocultan lo malo de la relación, frente a sí mismos y frente al mundo.
* Si el vínculo no funciona se echan la culpa a sí mismos por el fracaso; piensan que son ellos lo que fallan y que tienen que esforzarse más.
* Tienen pánico al abandono y por ese motivo están dispuestos a hacer cualquier cosa para evitar que la relación se disuelva.

En muchísimos casos la seducción y la sexualidad son los factores puestos en juego en la dinámica de la relación.
Hay en los encuentros sexuales (sobre todo al comienzo) mucha "magia", romanticismo, erotismo y sensualidad. El esfuerzo por complacer se centra fundamentalmente en el área sexual.
Aquí la persona supone que mediante la sexualidad salvará, curará o cambiará al individuo con el que ha establecido una relación adictiva.
Vale decir que puede haber "buena" sexualidad en malas relaciones.
En realidad, todos estos intentos por retener y/o cambiar al otro se vinculan con el manejo y el control. Por este motivo, la respuesta que suelen obtener de ellos es el desprecio, el mal trato, la depresión o un mayor alejamiento emocional (seguir juntos pero distantes).
Lo cual lleva a estas personas a reforzar sus intentos dando más "amor": aumenta la concentración en la conducta del partenaire, dependen cada además de él en lo afectivo. Van abandonando sus intereses personales, sienten furia e impotencia inexplicables hacia ellos; pueden aparecer síntomas físicos y psíquicos relacionados con el stress.
Observemos cómo se refuerza el círculo adictivo.

Por otra parte, llegando a un punto avanzado de la adicción, si una de las personas de la pareja trata de distanciarse, o de interrumpir la relación, se produce el "síndrome de abstinencia" (igual que a cualquier adicto a quien se le suspende el uso de una droga) un estado físico y mental del profundo dolor; sensación de vacío, insomnio, llanto, angustia, autorreproches, miedo, etc.
La raíz de esta obsesión no es el amor sino el miedo. Miedo a estar solo, al abandono, a no ser digno, a ser ignorado.
En todo este proceso se da un deterioro del autoestima, la dependencia es cada vez mayor y más perjudicial.


¿Cuáles son las raíces del problema?

Existen tantas respuestas posibles como personas adictas. Ahora bien, según estadísticas e investigaciones realizadas las personas adictas al amor pertenecen a familias disfuncionales. Familias que no satisfacen sus necesidades afectivas básicas. Es decir, familias donde hay muchos secretos, roles rígidos, no hay libertad para expresar deseos o sentimientos, entre otros rasgos.
Las personas adictas han aprendido desde su infancia, a negar sus propios sentimientos: a "lucir" bien aunque estén sufriendo, a "ayudar" a otros aunque estén vacías y carenciadas, a "seducir" aunque por dentro estén llenas de miedo (algunas personas son sumamente exitosas en su vida profesional y sin embargo son adictas emocionalmente).

Es importante comprender que lo descrito con anterioridad es una enfermedad progresiva y que responde bien cuando se la trata con un profesional adecuado.

El trabajo legítimo radica en uno mismo. No necesariamente deberán separarse de su pareja, pero necesitan redirigir las energías hacia su recuperación.
La recuperación no será de inmediato, es un proceso que se va conquistando día a día. Existen distintas alternativas de tratamiento: terapia individual, terapia de pareja, o terapia de grupo.


MENTIRAS. TODA LA VERDAD

Hay mentiras peligrosas. Preparate para descubrirlas. Palabras, gestos y posturas que revelan a un mentiroso. Nuevas técnicas científicas para desenmascarar a los que mienten una vez cada diez minutos.

El “hombre del piano”, que apareció solo y mojado en la costa británica, estaba en camino a convertirse en un mito viviente. Imagínense: su misteriosa identidad mantuvo en vilo a medio mundo, circularon toda clase de versiones sobre su biografía y, durante cuatro meses, ninguna se había confirmado. Del mismo modo, ningún médico del Hospital Psiquiátrico Medway, Gran Bretaña, acertó con el diagnóstico: se dijo que era autista, que sufría de estrés postraumático o cáncer de garganta. Por el talento musical que se le atribuyó, fue comparado con David Helfgott, el brillante pianista australiano que –afectado por un cuadro nervioso y recluido durante diez años en una clínica psiquiátrica– inspiró el film Claroscuro. Pero no era nada de eso. “El pianista”, como se lo conoció, era trucho. Ni siquiera tocaba el piano (bueno, sí... pero sólo una tecla). Se llama Andreas Grassi, es alemán y engañó a policías, psiquiatras y periodistas. Ahora bien, ¿cómo lo logró? “Callándose. Todo diagnostico parte de la verbalización. El lenguaje gestual, si es neutro, no aporta nada, a menos que sea violento”, explica el psiquiatra Martín Abarrategui, miembro de la Academia de Medicina Legal y Ciencias Forenses de la Argentina. “Si hubiera empezado a hablar –conjetura Abarrategui– corría el riesgo de ser atrapado. Un paciente que enmudece, impide un diagnóstico.” E introduce un matiz: antes de decidir si Grassi es un mentiroso o un paciente psiquiátrico, hay que analizar qué beneficios obtuvo. “Si se fingió mudo, ¿qué logró a cambio? ¿Nada? Eso permitiría pensar en un neurótico muy profundo, en un fronterizo con algún toque psicótico. Si con el show logró beneficios prácticos, es un mentiroso. Y me gustaría ser su socio”, bromea el psiquiatra.
La historia abrió otros frentes. Porque un fraude no prospera en solitario. El sistema de salud y los medios británicos también habían mentido, o fueron cómplices del engaño. El pseudo pianista, con su silencio, dejó correr la bola de nieve. Que creció cada vez más. Ahora, cuando la verdad comenzó a ser parte del negocio, muchos la tratarán de establecer. Pero, ¿dónde termina el fraude mediático y comienza la fascinación por las historias “increíbles, pero reales”. ¿Acaso al público le importa siempre la verdad, o sólo la reclama cuando resulta directamente afectado? “Prevalece una sensación colectiva de anti climax ante el engaño: no es el genio atormentado que la gente deseaba que fuese” percibió, el día después de develado el fraude, el periodista de la BBC, Tom Geoghegan. Porque, si bien nadie acepta que la prensa incorpore el engaño entre sus prácticas habituales, la noticia a menudo es presentada y consumida como una forma encubierta –y degradada– de espectáculo.
El mundo de la política es el terreno más fértil para que la mentira florezca. Desde la falsa afirmación según la cual en Irak existían armas de destrucción masiva, que alentó George W. Bush para facilitar la invasión a ese país y fue apoyada tanto por los medios como por sus países aliados, hasta las mentiras consensuadas que entretienen, como el horóscopo o los participantes de ciertos talk-shows. Todo parece lo que no es.
Mentime que me gusta
Si los dioses de todas las religiones consideran que la mentira es un pecado, por lo menos el 60% de las personas –entre ellos, muchos buenos creyentes– pecan por lo menos una vez cada diez minutos durante una charla. A esa conclusión llegó Robert S. Feldman, psicólogo de la Universidad de Massachusetts (EE.UU.) En el 2002, instaló una cámara oculta en un cuarto donde los estudiantes hablaron con un extraño. Contó las mentiras y desenterró tres datos: las mujeres y los hombres mintieron por igual; ellas fueron más propensas a mentir para hacer que el extraño se sintiera mejor y los hombres mintieron más seguido para mostrarse mejor a sí mismos.
Las mentiras son funcionales a diversas estrategias de supervivencia. Pueden ser piadosas si se le oculta una mala noticia a un moribundo. Se pueden utilizar para sacar ventaja, en el caso de un enamorado que miente en plan de conquista. Pueden servir para armar una coartada, si es un delincuente. También pueden ser adaptativas. “Mentir hace que ciertas personas sean menos infelices, librándolos de un sufrimiento innecesario: si la situación no se puede cambiar y conocerla no ayuda, no saber puede ser útil”, explica el psicólogo Luis Muiño.
Hay mentiras piadosas de orden contractual. Cuando, por ejemplo, el jefe le asegura a su empleado: “Me gustaría darle el aumento, pero ahora la empresa no puede afrontarlo”, el jefe sabe que la relación laboral lo habilita a omitir por qué no le pagará más aunque la compañía pueda hacerlo.

Mentime que me gusta
Si los dioses de todas las religiones consideran que la mentira es un pecado, por lo menos el 60% de las personas –entre ellos, muchos buenos creyentes– pecan por lo menos una vez cada diez minutos durante una charla. A esa conclusión llegó Robert S. Feldman, psicólogo de la Universidad de Massachusetts (EE.UU.) En el 2002, instaló una cámara oculta en un cuarto donde los estudiantes hablaron con un extraño. Contó las mentiras y desenterró tres datos: las mujeres y los hombres mintieron por igual; ellas fueron más propensas a mentir para hacer que el extraño se sintiera mejor y los hombres mintieron más seguido para mostrarse mejor a sí mismos.
Las mentiras son funcionales a diversas estrategias de supervivencia. Pueden ser piadosas si se le oculta una mala noticia a un moribundo. Se pueden utilizar para sacar ventaja, en el caso de un enamorado que miente en plan de conquista. Pueden servir para armar una coartada, si es un delincuente. También pueden ser adaptativas. “Mentir hace que ciertas personas sean menos infelices, librándolos de un sufrimiento innecesario: si la situación no se puede cambiar y conocerla no ayuda, no saber puede ser útil”, explica el psicólogo Luis Muiño.
Hay mentiras piadosas de orden contractual. Cuando, por ejemplo, el jefe le asegura a su empleado: “Me gustaría darle el aumento, pero ahora la empresa no puede afrontarlo”, el jefe sabe que la relación laboral lo habilita a omitir por qué no le pagará más aunque la compañía pueda hacerlo.

Neurología del engaño
“Según San Agustín, la verdad naturalmente se impone. Para mentir es necesario primero inhibir la verdad. Estudios con neuroimágenes funcionales han mostrado que, cuando se miente, se activan áreas cerebrales, tales como el cíngulo y la corteza órbitofrontal, que participan en procesos inhibitorios”, explica el neurólogo Ramón Leiguarda, director de la Fundación para la Lucha contra las Enfermedades Neurológicas de la Infancia (FLENI).
Todos, en mayor o menor medida, mentimos y somos buenos haciéndolo. Por eso el engaño es difícil de detectar. Por cierto, la mentira está mucho más integrada de lo que se cree en nuestra vida diaria. “La falta de habilidad para decir una mentira es anormal”, sorprende el neurólogo Facundo Manes, director del Instituto de Neurología Cognitiva de Buenos Aires. “Algunos pacientes autistas son conocidos por decir siempre la verdad. La razón de este hecho parece relacionada con el déficit en Teoría de la Mente que tienen estos individuos”. ¿Qué es la Teoría de la Mente? Se le llama así a la capacidad de entender que otras personas tienen sus propios pensamientos, creencias, sentimientos o puntos de vista, y se localiza, según las últimas investigaciones, en el lóbulo frontal del cerebro.
“Uno nunca termina de conocer a la gente”, nos resignamos ante un embustero inesperado. Ciertamente, no existe un sistema perfecto para detectar mentiras.
Pero la ciencia trabaja para afinar la puntería y algunas herramientas aumentan las probabilidades de acierto. Investigadores del Departamento de Psicología de la Universidad de Harvard (EE.UU.) y de la Universidad de Hong Kong, por ejemplo, acaban de realizar varios estudios con imágenes semejantes a tomografías computadas que permiten observar cambios en el cerebro cuando una persona miente. ¿Qué sugieren estas investigaciones? Que se activan áreas cerebrales diferentes cuando una persona miente y cuando dice la verdad. “Se cree que el proceso de mentir activaría áreas frontales que intervienen en las funciones ejecutivas (como planificar) y áreas del sistema límbico que juegan un rol crítico en los procesos emocionales”, indica Manes. ¿Se podrá algún día resolver un caso de infidelidad con una resonancia magnética? Quién sabe. Manes sugiere cautela: “Estamos lejos de conocer un patrón de activación específico durante la mentira. Estos estudios están bien diseñados, pero todavía es prematuro para sacar conclusiones”.
Por la boca muere el pez
“El lenguaje eleva la mentira al máximo nivel de perfección”, afirma el psicólogo Marino Pérez Oviedo, de la Universidad de Oviedo, España. “Es el lenguaje –continúa- lo que hace del ser humano el mentiroso más perfecto de la Creación”. Sus claro-oscuros, la sinuosidad y los márgenes de ambigüedad del hablante, puede enmascarar a un mentiroso. Pero, a veces, éste se traiciona, enredándose en su trampa. “El hecho de que seamos seres del lenguaje –agrega la psicoanalista Kuky Mildiner–, conlleva un malentendido implícito. No hay una verdad verdadera: lo importante es saber cuál es la verdad en esa mentira que estás diciendo”.
En los últimos años, la Psicología aprendió mucho escrutando los mecanismos de la mentira. Un estudio de Bella De Paulo, de la Universidad de California, y Wendy Morris, de la Universidad de Virginia, expone los sutiles signos a considerar para detectar el engaño. Las psicológas observaron que, contra lo que se cree, el mentiroso no está más nervioso o menos relajado que otro que dice la verdad.
Según el tipo de mentira, variarán los signos que la dejen en evidencia. Por ejemplo, cuando la mentira es planeada, el embustero comienza a responder más rápido que el testigo veraz. Si el mentiroso, en cambio, es tomado por sorpresa, le lleva más tiempo comenzar a responder. El fabulador es más negativo, quejoso y menos colaborador: lo que dice tiende a sonar ambivalente y su discurso es menos lógico. El relato verdadero suele contener más detalles superfluos, autocorrecciones espontáneas y especulaciones acerca del estado mental de otros.
El gesto delator
La psicóloga Maureen O´Sullivan, de la Universidad de San Francisco, investigó por qué ciertas personas son más aptas para detectar mentiras. Menos del 1% de los 14 mil individuos evaluados fueron más sagaces para captar el engaño. ¿Por qué? Fueron capaces de detectar micro-expresiones faciales (de menos de un segundo de duración) y sutiles cambios en el rostro de quien miente (como la dilatación de las pupilas). Signos imperceptibles para la mayoría. Según O´Sullivan, las personas que detectan mentiras más aptas tienen en común el haber tenido infancias difíciles. Tal vez, a causa de sus experiencias, estas personas desarrollaron una sensibilidad extra para detectar señales no verbales valiosas.
Estos estudios son deudores del trabajo iniciado hace casi cuarenta años por Paul Ekman, un psicólogo de la Universidad de California (EE.UU), pionero en observar las expresiones no verbales de la mentira. En los gestos, dice Ekman, es donde se filtra la mentira. Con esta premisa, se lanzó a recorrer los cinco continentes para ver qué cara ponen las personas cuando mienten. “La intención es uno de mis criterios para distinguir las mentiras de otro tipo de engaños”, definió Ekman. Fotografió y filmó miles de rostros y con ellos armó un catálogo de expresiones. ¿Qué descubrió? Que las micro-expresiones translucen esa duda que ensombrece la cara del embustero. Ekman aclara que las expresiones que congeló son sólo indicios. Es decir, un tipo de sonrisa, aunque cumpla con las descripciones anatómicas que darían la pauta de una mentira inminente (cuando no se forman arrugas en los ojos tipo “patas de gallo” y sólo se mueve la comisura de la boca, por ejemplo), no puede ser prueba exclusiva para emitir un veredicto; siempre es necesario conocer con cierta profundidad al sujeto.
En muchas culturas, llevarse la mano a la nariz es un movimiento asociado a la acción de mentir. Se puede relacionar con el hecho de que la nariz contiene tejidos eréctiles que se engrosan cuando mentimos, explica el investigador norteamericano Alan Hirsch.
La naturaleza exhibe infinitas conductas que enseñan que no sólo los humanos somos hábiles para el engaño. Algunas aves ponen sus huevos en los nidos de otras para que éstas alimenten a sus crías; hay predadores que se camuflan con el paisaje para desorientar a sus víctimas; y primates que copulan con las hembras ajenas y corren a colgarse de la palmera para escabullirse del macho burlado.
¿Son éstos engaños? “No en un sentido humano, sí en un sentido biológico”, responde Ricardo Ferrari, etólogo de la Universidad de La Plata­. “La mentira, como tal, sólo tiene sentido en el contexto humano. En el resto, sólo son conductas que permiten obtener un beneficio; no existe el aspecto moral que nosotros le damos”.
En algunos simios, con todo, se puede detectar una conducta mentirosa semejante a la humana. “El llamado mono verde, por ejemplo, hace señales específicas para indicar la presencia de animales peligrosos. Pero a veces, cuando aparece comida, el que no tiene acceso a ella da una falsa señal, y cuando todos corren para esconderse, se queda con el botín”, cuenta Ferrari.
Los psicólogos Richard Byrne y Nadia Corp, de la Universidad Saint Andrews, Escocia, hallaron que el tamaño del cortex de la zona del cerebro dedicada a las funciones cognitivas avanzadas de esos monos puede indicar grados de engaño, y concluyeron que comparten con el Homo Sapiens la Teoría de la Mente. Esta habilidad, que les permite engañar adrede, estaría en el cráneo de los grandes monos desde hace 12 millones de años. Por lo visto, es larga la historia de las mentiras en la humanidad. Pero, a medida que la ciencia avanza, sus patas son cada vez más cortas.
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El efecto pinocho

La American Psychiatric Association elaboró una guía de referencia de expresiones verbales y no verbales que desnudan la mentira. Para probar la técnica, aprovecharon los videocasetes con las declaraciones del ex presidente Bill Clinton cuando su affaire con Monica Lewinsky tomó estado público. Tras testear las declaraciones falsas de Clinton, los psiquiatras verificaron la efectividad de estos criterios. Algunas de las acciones que suelen evidenciar cuándo alguien no dice la verdad son:
  • El cuerpo se inclina más hacia adelante.
  • Bebe y traga más.
  • Se toca más la cara.
  • Evita cruzar la mirada con otros.
  • Disminuye el parpadeo.
  • Aumentan la cantidad de negaciones y de errores en el discurso.
  • Se incrementa el tartamudeo en el habla.

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